El mejor olor, el del pan; el mejor sabor, el de la sal; el mejor amor, el de los niños.


Graham Greene


lunes, 27 de enero de 2014

EL APRENDIZAJE Y EL DESARROLLO DE LAS COMPETENCIAS




¿El aprendizaje es algo tan trivial que se puede observar y medir con base en unas simples preguntas a propósito de unos contenidos cualesquiera?

No. La trivialidad, en el sentido de su generalización, reside en la concepción que se tiene del aprendizaje, pero no es éste en sí mismo. El aprendizaje va mucho más allá de sólo ser simples conocimientos que se hacen presentes en la relación de enseñanza-aprendizaje. Se refiere a la apropiación que los alumnos hacen de la realidad, del mundo. Pero tampoco se refiere a los datos en sí; sino que más bien se trata de todo ese cúmulo de información, en donde se construyen conocimientos propios y significativos para quien aprende. El problema es que está muy generalizado en las esferas educativas el énfasis en los contenidos y el mismo proceso, sin prestar atención a la identidad personal y la transformación del sujeto.

El proceso de aprendizaje no puede ser denotado como superficial, al contrario pocas veces reflexionamos o comprendemos como el ser humano aprende, pues el desconocimiento de las teorías cognitivas nos hace iletrados en ese sentido. Los principales procesos cognitivos inherentes a la naturaleza humana maduran de manera ordenada en el desarrollo humano y las experiencias pueden acelerar o retardar el momento que estos hagan su aparición, llevando finalmente al complejo proceso denominado Aprendizaje.  La información (datos) que recibimos de nuestro contexto social y ambiental, es por lo general no apreciada hasta que ésta nos da utilidad.

En este proceso educativo entendemos como competencia, a  una construcción social de interacción reflexiva y funcional de saberes significativos  -cognitivos, procedimentales, actitudinales y metacognitivos- enmarcada en principios valorales, que generan evidencias articuladas y potencia actuaciones transferibles a distintos contextos apoyadas en el conocimiento situacional (holístico, contextual y correccional), identificados a través de evidencias transformadas en realidad.

En la competencia  podemos distinguir diferentes tipos de saberes (interacción); el sujeto es consciente de cómo y por qué se aprendió (meta cognición)  y de qué formas se dan estas relaciones, además de identificar las posibilidades de mejora (reflexión). Saber, poder, y querer se alinean rumbo a un mismo objetivo (funcionalidad). Está presente un conocimiento de base, pero también un conocimiento que se desarrolla en la propia aplicación o realización de determinada actividad, dando como resultado la improvisación sustentada (conocimiento situacional). Es conveniente examinar la naturaleza del conocimiento y no sólo utilizarlo como una herramienta disponible (Edgar Morin); así los saberes implícitos en la competencia considerarían un meta conocimiento en el que se es capaz de reconocer e identificar el error y la ilusión, y un saber estratégico, que hace "referencia al saber implícito del experto que está en la base de su capacidad de utilizar conceptos, hechos, y procedimientos a fin de realizar tareas y resolver problemas".

Es aquí donde las estrategias de enseñanza como docentes surgen con gran relevancia, pues el planificar contenidos que sean útiles y  lúdicos para nuestros alumnos, es un reto; ubicarlos en situaciones problemáticas  reales de la vida cotidiana o global y obtener soluciones y aprendizajes significativos, significa como docentes estar al lado de ellos para aprender también y reflexionar de los errores y los éxitos.

El evaluar el conocimiento no debe basarse tan sólo en lo conceptual, pero cómo evaluar los procedimientos, actitudes y valores de los alumnos, cuando en ocasiones no somos justos y nos dejamos llevar por situaciones ajenas o que influyen en una ponderación. La evaluación es uno de los temas más complejos del quehacer educativo por qué en él intervienen factores institucionales, ideológicos, metodológicos y personales. 

La evaluación no sólo consiste en aplicar técnicas novedosas, sino que debe llevarse a la reflexión en torno a ella desde el servicio docente, sin dejar de considerar el contexto que la rodea. Calificar, medir, acreditar, certificar, retroalimentar y tomar decisiones son facetas de la evaluación, que integradas adecuadamente en el proceso educativo pueden acercar más a los procesos de formación, pues se trata de evaluar para construir la experiencia, para intentar hacerla más cercana a lo que en verdad sucede en un proceso de desempeño de los alumnos, para que se transforme en un intento por ver, reconocer, validar, y emitir un juicio, en un momento determinado del aprendizaje asimilado, expresado y reconstruido por parte de nuestros alumnos.



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